Por Alder Júlio Ferreira Calado*
El libro no es tan reciente. Fue editado por primera vez en 1978, por Vozes. Ya hacen treinta años. En el mundo de entonces, la coyuntura era de crisis del Capitalismo, en una más de sus famosas crisis cíclicas. Enfrentando, entonces, el problema del petróleo, del aumento de precios, combinado con la progresiva escasez de las fuentes energéticas no-renovables.
En la esfera de la Iglesia Católica Romana, eran los últimos días del pontificado de Pablo VI, fuerte en sus principios en plena realización del Concilio Vaticano Segundo, y ya enflaquecido por las fuerzas conservadoras que apostaban en el debilitamiento del espíritu del Vaticano II.
En América Latina, apesar del venturoso impulso de Medellín (1968), se vivía un “rumor de botas “ (Eder Sader). Un tiempo de intensa represión protagonizada por las dictaduras civil-militares (e incluso civil-militar-eclesiástica, en el caso de Argentina), especialmente en el Cono Sur: Brasil (a partir de 1964), Chile (1973), Argentina (1976), así como Uruguay y Paraguay…
En América Central, vivíamos un tiempo de esperanza con el enfrentamiento de la dictadura de Somoza, finalmente derrotada por las fuerzas sandinistas, con decisiva participación de los cristianos, a partir de 1979. En Brasil, a pesar de la vigencia del régimen militar, éste daba señales de debilitamiento, gracias a la creciente movilización de la sociedad civil, bien representada por movimientos sociales populares que se mostrarían vigorosos: inicio del Movimiento pro-PT, movilización por la Amnistía a los exiliados y presos políticos, papel activo de la CNBB, de la ABI, de la OAB…Dentro de la Iglesia Católica y de otras iglesias cristianas, se vivía un período auspicioso de expansión de las CEBs, de la Teología de Liberación, para resumir, de la “Iglesia de los Pobres” o también llamada “Iglesia en la Base”.
En esa época el autor del libro aún vivía su exilio en Chile (en Talca, más precisamente), expulsado que había sido de Brasil ( 1972) y del mismo Chile (en 1980, por la dictadura de Pinochet que por la ferocidad del golpe de estado contra el Gobierno de Salvador Allende, en 1973, diseminó el terror y la tortura).
Es justamente a partir de sus experiencias eclesiales concretas vivenciadas en Recife (mediados de los años 60, hasta 71, cuando fue expulsado de Brasil), en Santiago y en Talca, en Chile, así como en Riobamba, en Ecuador, que él va a elaborar su abordaje inovador de la acción del Espíritu Santo en el mundo.
En el caso de las experiencias con la Iglesia en Brasil, más particularmente en el Nordeste, tales contactos no cesarían, ni siquiera en el período del destierro. A partir de los países que tienen una frontera con el Sur de Brasil, siempre encontró formas de continuar los contactos con los pobres y los amigos de Brasil. Es preciso notar que este libro fue, incluso, escrito en portugués y publicado por una editora brasileña que daba un soporte relevante a las experiencias de base de la Iglesia y de la Teología de la Liberación. Tenemos que recordar, por ejemplo, la CEHILA Popular, con su serie de folletos en lenguaje popular.
En el caso del Padre José Comblin, él mismo uno de los teólogos de mayor referencia de la Teología de la Liberación, especialmente en la expresión de la que se había imprimido como “Teología de la Azada”, mayor referencia de su trabajo en el Nordeste de Brasil, al lado de fecundas experiencias comunitarias , inicialmente en Pernambuco (Tacaimbó) y en el estado de Paraíba (Salgado de São Félix), a partir de 69, y después seguidas en el destierro (la creación de seminarios rurales, en este caso). Seminarios rurales que habiendo sido inicialmente aprobados por el Papa Pablo VI, fueron desaprobados ya en el inicio del pontificado de Juan Pablo II, lo que hizo que él transformara tales experiencias en un fecundo trabajo de formación de misioneros y misioneras laicos, en varios Estados, especialmente en el Nordeste (Serra Redonda y Mogeiro- PB, Colonia Leopoldina ( AL), Juazeiro (BA), sin contar otras experiencias semejantes en Piauí y en Tocantins).
Es en este contexto de notable efervescencia social y eclesial que elabora ese libro-proyecto. Efectivamente, en él, el autor quiere esbozar las balizas de un abordaje pneumatológico alternativo al abordaje convencional dominante sobre la misión del Espíritu Santo. “Libro-proyecto”, dijimos, porque las balizas sólo esbozadas en este libro de 114 páginas van a tener desdoblamientos relevantes en una serie de libros ulteriores: ”El Tiempo de la Acción” (1982), “La Fuerza de la Palabra” (1986), “El Espíritu Santo” y “La Liberación” ( 1987), “Vocación para la Libertad” (1990), “Pueblo Dios” (2002) y “ Vida en busca de la Libertad” (2007), y otros más (uno de ellos, dicho sea de paso, “La Libertad Cristiana”, fue editado en 1977 por la Vozes), en la medida en que hablan cada uno de las características o atribuciones más marcantes de la misión del Espíritu Santo en el mundo.
Atribuciones estas ya apuntadas, casi siempre explicitamente, en el libro “El Espíritu en el mundo”, hace más de treinta años. En efecto, en el libro en cuestión, están bien explicitadas las principales atribuciones del Espíritu Santo, a saber:
-“Pueblo de Dios” (p.10: ” El hecho central, el efecto central de la llegada del Espíritu: La formación del Pueblo de Dios.”);
-“Acción “ ( Espíritu como acción eficaz, como viento impetuoso actuando en la Historia, ver Introducción del libro);
-“Libertad” (p. 64: “ Donde está el Espíritu allí está la Libertad”);
-“Palabra” (la Palabra, y no la guerra, es el instrumento del Espíritu en la formación del Pueblo de Dios (ver pp. 38-40); ver también p. 76: “El Espíritu actualiza la presencia de la Palabra”; p.40: ” Él hizo de mi boca una espada afilada” (Is 49, 2);
-“Vocación”, “Vida”…A cada una de esas atribuciones dedicaría el autor un libro específico, como lo mencionamos antes.
Pero aquí sólo tratamos del libro-proyecto. Él se reparte en seis capítulos: el primero se intitula “Un solo cuerpo y un solo espíritu”; “El pensamiento de Cristo” es el segundo; el tercer capítulo define la fuerza de la Palabra, focalizando el testimonio del Espíritu en el mundo; el cuarto capítulo tiene por título “Donde está el Espíritu allí está la Libertad”; “El testigo del Espíritu” así es como se intitula el penúltimo capítulo, definiendo la Vida; y el sexto y último capítulo se refiere a “Los dones espirituales”.
Desde el inicio del libro, Comblin atribuye también al nombre “Espíritu” una de las dificultades de comprensión más efectiva de la misión del Espíritu Santo, del Soplo divino, del viento impetuoso que sopló en Pentecostés y sigue haciendo hoy su misión.
Ya en la Introducción, trata el autor de justificar su reflexión, al recordar la tendencia dominante de una comprensión muy limitada de la acción del Espíritu Santo, a quien se invoca para asuntos internos y particulares de la Iglesia, tales como celebraciones, devociones y fines semejantes. Comprensión limitada también era la de los discípulos de Jesús. Pero, durante la historia del Pueblo de Dios, esa comprensión va ampliándose, aunque sufra gran oscilación. Le preocupa el hecho de, aun hoy, ser frecuente una interpretación “interna corporis” de la acción del Espíritu Santo y sus dones o “como uma experiencia privada, personal, interior.” (p. 8).
“ Un solo cuerpo y un solo espíritu”
Es con esta remisión a Ef. 4,4 (combinada con el capítulo 2 de la misma Carta), como a todo el bello capítulo 4, que es dedicado el primer capítulo del libro. En cierto momento, al comentar la misión del Espíritu Santo, que es la de la formación del Pueblo de Dios, constituido de numerosas comunidades en la base, cada cual con su autonomía, pero profundamente ligadas por lazos afectivos y efectivos de unidad, el autor trata de explicitar el sentido de la citación: ”San Pablo nunca separa los dos polos de la acción del Espíritu: la formación de innumerables pequeñas comunidades en la base y la unificación de todas en un solo pueblo.”(p. 22).
Empieza buscando entender el motivo de esa dificultad de entenderse el sentido de la misión del Espíritu Santo. Y parte de la dificultad misma del nombre “Espíritu”. Argumenta que tan grave es el problema de la traducción para las lenguas europeas, especialmente para el griego y para el latín, que la traducción (“Espíritu”) termina conotando hasta el sentido contrario al término bíblico, en la medida en que espontaneamente “espíritu” evoca la idea de no-materia, imaterial (p. 9), cuando en la lengua semítica, “el Espíritu Santo significa la fuerza de Dios, una fuerza de tempestad, como una fuerza del viento, la fuerza de la tempestad, la fuerza de los tifones.” (p. 10) Aquí está porque completa el autor más adelante: “Al prometer y anunciar la llegada del Espíritu, Jesús abre el camino para la fuerza de Dios: la fuerza que creó el mundo vuelve a ese mundo para rehacerlo, completarlo y llevarlo a su destino final.” (p.10)
El cerne del primer capítulo consiste en destacar la especificidad de la llegada del Espíritu Santo. A ese respecto, es relevante observar lo que afirma Comblin acerca de la gran misión del Espíritu Santo; al sostener que “El hecho central, el efecto central de la llegada del Espíritu Santo: la formación del Pueblo de Dios. (p. 10).
Es, en efecto, el propósito del Espíritu Santo: la formación del pueblo de Dios, comportando el conjunto de la Humanidad, en la óptica de la universalización de la salvación. Razón por la cual el autor también hace una distinción entre pueblo y masa, para enfatizar la misión del Espíritu Santo, a lo largo de la Historia, que es transformar la masa en pueblo, el Pueblo de Dios. Un pueblo que va tomando consciencia de su identidad, a partir de los excluidos que van siendo reunidos, conscientizados, organizados y movilizados, para erigirse como pueblo, pueblo de Dios, por lo tanto, consciente, autónomo, solidário, uno en su diversidad. Aquí se percibe la marca de interculturalidad certificada por el pueblo de Dios, cuya unidad se hace a partir de su amplia diversidad.
Proceso cuyo suelo/espacio el mismo Jesús reveló, para escándalo de los judíos (y de los occidentales de hoy), ser bien más amplio que el Estado de Israel…El nuevo Israel ahora es sin fronteras. Abarca el mundo entero, todos los pueblos, la Humanidad…Aquí está el pueblo de Dios. De ese pueblo en permanente construcción, la Iglesia, las Iglesias cristianas, están llamadas a estar al servicio. Con el cuidado de no sucumbir a la tentación de aprisionar el Espíritu en sus amarras institucionales, riesgo que marcó la caminata histórica de las iglesias cristianas hasta hoy…
Las iglesias sólo ayudan en la formación del Pueblo de Dios, en la medida en que contribuyen para que el Pueblo tome consciencia de su vocación a la Libertad del Reino, en la medida en que se va comprometiendo a ser participante activo de ese proceso. Infelizmente, pocas veces, encontramos testimonios edificantes de las iglesias cristianas, en esa misión. Uno de los obstáculos en esa caminata es la vana apuesta en que tal misión sea confiada a figuras o grupos privilegiados. (El autor se refiere a las élites). Trágica equivocación. Sólo a partir de las mismas masas es que se va visualizando ese horizonte, y se va realizando esa caminata libertadora:” En la vida de Jesús, el verdadero Pueblo de Dios está en esas masas abandonadas que precisan ser ayudadas y levantadas. (p. 15) El proceso tiene que ser hecho desde abajo hacia arriba, “con la fuerza del Espíritu Santo”. O no prosperará. Incluso porque el papel histórico de las élites ha sido sólo el de mantener y ampliar sus privilegios, aunque eso se haga en nombre de Dios.
Pueblo que se va haciendo en un proceso continuo, ininterrupto. En cuanto a eso, el acontecimiento de Pentecostés constituye una realidad emblemática. No se trata más de crear leyes que van a ser inscriptas en códigos, en tablas sino inscriptas en los corazones. En Pentecostés, el Espíritu ya no está reservado a los puros profetas que aparecen de vez en cuando. Ahora todos son profetas.
Una tal infusión del Espíritu va a implicar desafíos, ciertamente. Los aparatos sagrados están siempre controlados con mano de hierro por un pequeño número que se siente amenazado, en sus privilegios, por esa osadía del Espíritu, comunicándose con quien pretenda hacerlo. Por ejemplo, a los paganos, a las “ovejas perdidas de la casa de Israel”. La acción del soplo divino no acepta fronteras, se desparrama por todo el mundo. Pero obliga sus vocacionados a aceptar el desafío. Por la fuerza de Pentecostés, por ejemplo, “Pedro entendió que las barreras estaban destruídas”. No se sabe si podrá alguien recusar el agua del bautismo a ese que recibió el Espíritu Santo de la misma forma que nosotros. Tal fue el impulso del Soplo Divino, y la obediencia, el acatamiento de los discípulos, que en poco tiempo, el Pueblo de Dios ya estaba constituído, en su mayoría de ex-paganos. Es a esa experiencia que el autor llama de “lanzamiento del Pueblo de Dios”.
Un desafío constante ha sido la lucha acirrada entre dos tendencias: de un lado , los controladores de la acción del Espíritu que, para defender sus privilegios, no dudan en crear interminables barreras para acoger “las ovejas perdidas de la casa de Israel”. Para tanto no dudan en multiplicar los obstáculos y sus defensas, gracias a leyes, normas, mecanismos burocráticos. Aquí está hace mucho tempo la Curia Romana como un ejemplo concreto de obstáculo a la formación del Pueblo de Dios. Por outro lado, la contínua acción profética de las “minorías abrahámicas” que resisten gracias a la fuerza del Espíritu.
Resistencia y acción instituyente tanto más fecundos cuanto consiguen no perder de vista el horizonte del Pueblo de Dios, fundado en el proyecto de Dios (Carlos Mesters). Si es cierto que mismo el diseño de ese proyecto no aparece nunca completamente delimitado, no menos cierto también es que presenta trazos convincentes de su perfil. En el libro en cuestión Comblin enfatiza algunos puntos fundamentales. Uno de ellos es la tensión que él implica entre unidad y diversidad, sobre la cual volveremos más tarde. El rostro del Pueblo de Dios comporta una amplia diversidad cultural que caracteriza tantos pueblos dispersados por todo el mundo. Esa diversidad es, al mismo tiempo, alimentada por la busca de unidad (no uniformidad), fundada en valores como solidaridad, participación, servicio, autonomía, libertad, entre otros trazos.
Llama la atención el carácter alternativo subyacente a ese diseño de organización social, sobre todo por la fuerte inversión que estoy acostumbrado a llamar de cultura consultativa, esto es en la apuesta a una organización con base en consejos de carácter deliberativo. En la interpretación de Comblin, aquella forma de organización comporta elementos no menos relevantes: el Pueblo de Dios no puede ser constituído por grupos aislados sino de pequeñas comunidades luchando por su autonomía y, al mismo tempo, sintiéndose parte de un Pueblo, del mismo Pueblo de Dios. En los términos del autor, refiriéndose a la acción misionera animada por el Apóstol Pablo, junto a los Corintios, “los grupos se saben representativos de sus ciudades: son las primicias de la ciudad y su ambición es la animación de la ciudad toda, enteramente llamada a encontrar su lugar en el Pueblo de Dios. Entendemos que, en la idea de Pablo, el Pueblo de Dios sería como una confederación de ciudades libres desparramadas en el mundo entero, cada una siendo una parte del Pueblo, cada una autónoma y manteniendo lazos de amistad e intercambio con las otras, pero sin que ninguna domine las otras.” (pp. 21-22). Para el autor es una constante en los escritos de San Pablo su preocupación con los dos polos del Espíritu al conducir las comunidades: de un lado, la formación de inúmeras comunidades; del otro, la busca de la unidad, en busca de la formación de un solo Pueblo de Dios.
En ese movimiento, aparece un desafío: tenemos que preguntarnos cuál debe ser el comportamiento del Pueblo de Dios, en sus relaciones con otros pueblos. En la dinámica animada por Pablo, juzgando por Rm. 13, 1-7, hay en él una apuesta optimista en la tejedura de esas relaciones. Pablo pasa una visión optimista de las autoridades (y del imperio), a quien todos de la comunidad deben obediencia, por el hecho de ser representantes de Dios. Como afirma Comblin: ”San Pablo no da la impresión de prever conflitos graves y generales con el imperio.” (p. 23) Aún así, como antes había recordado, dicho sea de paso, el propio autor conviene no perder de vista aspectos reveladores de su confianza en los pobres, y de su desconfianza en los poderosos, como se percibe por ejemplo en el primer capítulo de la Primera Carta a los Corintios: “Lo que es débil para el mundo Dios lo escogió para confundir los fuertes, lo que es vil y despreciable al mundo, Dios lo escogió, como también lo que no es nada, para destruir aquello que es. “ (1Cor1, 27-28).
La posición de San Juan, por su lado, con base en el relato del Apocalipsis, se presenta antes pesimista. Para Juan, hay um hiato insoluble entre las fuerzas que gobiernan el mundo y las que representan el Proyecto de Dios. Y apunta la predicación alternativa de los profetas. Comblin afirma que la caminata del Pueblo de Dios oscila entre esas dos posiciones, allí predominando una tensión. De todos modos, el autor recuerda el riesgo de apostarse ingenuamente una alineación incondicional. Es preciso mantener una postura crítica de autonomía en relación a los pobres.
De cualquier manera, es importante no perder de vista que, a pesar de tantas tentativas históricas frustradas (el autor recuerda, la de la creación de la Internacional de los Trabajadores), el Pueblo de Dios tiene que seguir intentando una alternativa a ese orden dominante que no se armoniza con la vocación del Pueblo de Dios, al final de cuentas “El Espíritu está actuando como fermento, en ese sentido, suscitando siempre nuevas tentativas e iniciativas”. (p.26)
El don de entender quién es Jesús.
En la admirable concisión con que es tejido el segundo capítulo del libro (menos de diez páginas), el autor trata de destacar las líneas maestras del pensamiento de Jesús, a quien el espíritu confiere toda la primacía. Para eso, disipa varias equivocaciones, como la de atribuirse el conocimiento de Jesús a miembros de la jerarquía por el único motivo de conocer bien su biografía, o de pronunciar su nombre con frecuencia o de haber aprendido de él conceptos o definiciones: sacerdotes piensan que conocen Jesús porque hablan de él todo el día, desde el seminario. Religiosos piensan que le conocen porque invocan su nombre el día entero, desde el noviciado. Catequistas piensan que le conocen porque le enseñan durante años. Recordando que el verdadero conocimiento de Jesús es obra del Espíritu Santo, el autor intenta disipar una noción superficial de Jesús, producto de emociones y sentimientos humanos generosos como el de Pedro, en su apresurada promesa de fidelidad hecha a Jesús, antes de la Pasión. Conocer Jesús proviene menos por una noción de su biografía que por hacerlo presente en los desafíos de la actualidad, “Porque lo que queremos y debemos conocer es el Jesús actual, el Jesús resuscitado que actúa en la historia y actúa actualmente como actuará en el futuro.”(p. 30)
En ese sentido, surge realmente deslumbrante la acción del Espíritu Santo. Jesús, por diversas veces, como se percibe en el Evangelio de San Juan (14-16), en que Jesús justifica la llegada del Espíritu Santo, y da pistas bien concretas sobre su papel, su misión. Muchas cosas que habían pasado lejos de la comprensión de los discípulos, durante el tiempo de la breve convivencia con Jesús, cabría al Espíritu Santo esclarecerlas, enseñarlas más a fundo, rememorarlas. Y no se trataba sólo de límites del carácter, del entendimiento. También había los límites éticos : la seducción por la sabiduría humana, por el poder, por el prestigio, por la seguridad. “ Una vez una persona submergida en los actos de la historia, sea de la carrera personal, sea de los problemas de familia, sea en las estrategias de su empresa, de su partido, de su nación. Él ya no recuerda Jesús” (p. 35).
Había otras tantas tareas que los discípulos de Jesús no estaban en condiciones de entender ni de asumir, sin el envío del Espíritu Santo, a quien cabría igualmente revelarlas. Esto tiene un sentido realmente revolucionario. Ni todo lo que Jesús quería decir, los discípulos podían alcanzar, dados los límites de distinta naturaleza. Sería misión del Espíritu Santo.
Allí es cuando aparecen numerosos obstáculos, de los cuales el mayor de todos es la busca de seguridad, es la tentación de seguir la prudencia humana siempre tentando evitar los peligros, al respecto de los cuales el mismo Jesús ya había prevenido como necesarios a quien se dispone a seguirlo. Seguir Jesús empieza siendo algo tan peligroso que se vuelve” Imposible que una parroquia, una diócesis, una congregación religiosa, un movimiento Cristiano vea de manera permanente las cosas así como Jesús ve” (p.33)
Si no es por el Espíritu Santo, no logramos conocer Jesús. Ésta es precisamente su misión, anunciada por Jesús por ejemplo en Jer.14,26:” El Espíritu Santo que el Padre os enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os traerá a la memoria todo lo que yo os dije.” No se tratará, sin embargo, advierte Comblin, en varios fragmentos, de una enseñanza abstracta, estrictamente intelectual. Se trata de una enseñanza que pasa por la experiencia concreta. Experiencia, incluso, de la cruz como antesala de la resurrección. En este caso, de poco sirven las emociones que se desparraman profusamente por las iglesias, en momentos de alabanza. Es sobre todo en las horas conflictivas más sombrías, más cruciales, cuando se acostumbra hacer la experiencia del Espíritu, como en las ocasiones de persecuciones y de martirio. Así es como procede el Espíritu, en el proceso de formación del Pueblo de Dios, gracias a la fecundidad de la Palabra.
Como el Espíritu forma el Pueblo de Dios.
En el tercer capítulo (pp.38-53), el autor va a tratar fundamentalmente de la pedagogía del Espíritu Santo meditando sobre los instrumentos de que Él se sirve en el proceso de la formación del Pueblo de Dios. Aquí aparece la Palabra como el arma por excelencia, de la que se sirve el Espíritu, en contraste efectivo con la tendencia dominante entre los pueblos: cada uno para afirmarse como Pueblo por sobre los otros, recurre al poder de las armas como su instrumento de referencia. Su victoria es garantida por la violencia, por el poder bélico. En la formación del Pueblo de Dios, sin embargo, es la fuerza de la Palabra el instrumento pedagógico utilizado por el Espíritu. Y aquí asume lugar privilegiado la figura de Jesús. Especialmente de Jesús como profeta. Varios fragmentos de los evangelios muestran como aconteció su investidura de profeta, como en el episodio del Bautismo.
Jesús se apresenta como el Enviado del Padre, cuya misión es ser Palabra. Palabra afilada como una espada, como había ocurrido, antes, a Isaías, a Jeremías, y a otros profetas. Al mismo tempo, en la continuación de la línea profética del Antiguo Testamiento y en la adopción de elementos de ruptura con aquella línea profética, Jesús va a apresentarse como profeta. En la continuidad de aquellos, Jesús profeta denuncia las injusticias, la opresión de los poderosos, anuncia un nuevo tiempo, una nueva humanidad. Diferentemente de aquellos, Jesús ya anuncia la llegada del Reino de Dios. Jesús ya se manifiesta como la realización de las promesas. Una realización cuya plenitud va aconteciendo después de Su resurrección, y con el protagonismo del Espíritu Santo. Jesús es la Palabra anunciada, mientras su plena efectivación va a darse con la actuación del Espíritu en el mundo, contando con la participación de los discípulos del movimiento de Jesús. En ese sentido, Jesús es la Palabra, más allá de su misión estrictamente terrenal. Es la Palabra a lo largo de toda la Historia (ver p.41). Por la fuerza de esa Palabra, los discípulos y discípulas de Jesús, a medida en que van siguiendo su camino, van siendo agentes colaboradores en la formación y animación del Pueblo de Dios. Fundamentado en JO-4,23 el autor afirma que pasa a ser la Palabra el verdadero culto (p.41). Es interesante registrar lo que el autor observa: antes de la Resurrección, Jesús era conducido por el Espíritu Santo; después de la Resurrección es Jesús que va a tomar la iniciativa: es Él que manda el Espíritu…” Sin embargo, después de la Resurrección , hubo una transformación: Jesús toma la iniciativa”…(pp.43-44).
En su vida terrenal, le cupo a la Palabra llamar y reunir sus discípulos. Una vez resuscitado, es el Espíritu que va a actuar por la fuerza de la Palabra, enviando las discípulas y los discípulos del seguimiento de Jesús, a lo largo de la historia, confiándoles la tarea de formar el Pueblo de Dios, mandándoles para crear comunidades, siempre por el camino de la libertad, sin obligar nadie a acoger la Palabra, pero proponiendo una vida nueva, sobre todo a los despreciados, a los marginalizados, a los pobres.
Sólo la experiencia del Espíritu nos permite entender el verdadero sentido de su acción:” A partir de tal experiencia se puede entender cuál es la fuerza del Espíritu: es aquella fuerza que se revela en el evangelio para suscitar comunidades”. (p.49)
Experiencia que sólo es posible vivir, cuando se adentra, de pecho abierto, no en el poder de la ley, sino en el Evangelio de la Libertad del Espíritu. Inspirado en Pablo, el autor dedica algunas páginas de este capítulo a mostrar varios puntos que fundamentan la oposición entre el “ ministerio del evangelio “ y el “ ministerio de la letra”.
Este se apoya en la ley, en normas, en doctrinas desembocando a menudo en la inercia característica del trabajo desarrollado por las estructuras eclesiásticas, razón por la cual se vuelve funcional a todas las élites clericales y otras igualmente centradas en el poder de las autoridades:” El ministerio de la letra es una imposición, una forma de imposición de las almas.” (p.47) Por outro lado, el ministerio del evangelio queda en la línea del ministerio profético; por eso Pablo asimila su propia vocación a una vocación profética. De aquí proviene la vitalidad de los trabajos comunitarios realizados bajo el Soplo divino, siguiendo el ejemplo del acontecimiento de la Pentecostés, con aquel derramamiento de dones sobre todos. Todos llamados a la misión profética, lo que supone una obediencia a la voz del Espíritu que sopla donde quiere, pero siempre respetando la libertad de la atención, que se encuentra condicionada a una serie de barreras, entre las cuales el apego al poder, a la seguridad, a los bienes, razón por la cual es junto a los pobres donde el Espíritu recibe más acogida, y entre los cuales los frutos aparecen con profusión. En ellos la Palabra es multiplicada.
El autor enfatiza la densidad profética de la actuación de Jesús, al explicitar para quien vino:” Yo no fuí enviado sino para las ovejas perdidas de la casa de Israel “(Mt15,24.) Mismo sentido, dicho sea de paso, afirmado en Mt 10,6.
Por los caminos de la Libertad
A partir de aquí, y siempre biblicamente bien fundamentado, el autor va mostrando el desdoblamiento de esa misión,por los caminos de la Libertad del Espíritu. A lo largo de más de veinte páginas correspondientes al cuarto capítulo , Comblin va a señalar los combates del Pueblo de Dios por los caminos de la Libertad de Espíritu. Enfrentamientos contra la muerte. Habiendo Jesús vencido la muerte, Él nos llama a una vida de resucitados, venciendo el miedo y las barreras que nos impiden de seguir los caminos de la Libertad del Espíritu. Batallas contra el pecado, aqui entendido en su dimensión estructural.
Más tarde, la Teología de la Liberación designaría esa lucha como nuestra disposición de vencer el “pecado social”. La liberación del pecado implica romper la sumisión a la carne , en la acepción de San Pablo, esto es, romper con las seguridades humanas depositadas en el sistema, en los poderosos y sus estructuras. El pecado consiste en poner toda su confianza y seguridad en los poderes de la carne: confiar en el dinero, en las armas, en el prestigio, en la superioridad intelectual”(p.60). Para romper con tal estructura, el Espíritu inspira personas que van liberándose de la esclavitud del sistema, a medida que también van dedicándose a ayudar personas y grupos a superar la esclavitud al sistema, en sus relaciones económicas, políticas y culturales. En ese sentido,” Sólo es posible superar las estructuras del pecado a partir del momento en que existan personas capaces de pensar en el bien de los otros independientemente del bien propio”( pp.61-62).
Distingue el sentido de Pueblo de Dios en relación a las pretensiones de los jefes de Israel, que restringían a si mismos, a su patria, a su nación, a su territorio, a su cultura, todo el Pueblo de Dios. La ley para ellos era todo y allí reposaba el sentido de su vida. El sistema les bastaba y no dudaban en asumirlo como la última palabra. Es Pablo, un eximio conocedor de la Ley, una vez convertido, que osa desmascarar ese sistema, como recuerda el autor, al citar el propio Pablo (Rm 7,6): “ Ahora emancipados de la ley, estamos muertos para la ley que nos tenía presos, a fin de servir conforme el nuevo Espíritu, y no la antigua letra” (pp.63-64)
Es válida la advertencia del autor , sin embargo, acerca de la actualidad sobre esa afirmación de San Pablo. No se trata de una advertencia válida sólo para las comunidades eclesiales primitivas. Hoy, también, la vigilencia sigue vigente. Es por eso que después de referir la acción profética de Pablo en relación a los Gálatas, el autor nos advierte a justo título:” Volver a la esclavitud de la ley no es sólo un problema para los Gálatas. Fue y aún es un problema de la iglesia: el apego a las formas y al sistema genera múltiplas injusticias, falta de misericordia, dominación sutil pero cruel. El mismo apego genera una tremenda inercia de estructuras, una pereza, una falta de llamas y caridad, una frialdad en medio de las necesidades de los hombres. Frente a los problemas del mundo, el apego a la letra y a la ley hace que los miembros de la Iglesia se asusten y reaccionen como todos los demás, buscando seguridad, cuidando de su sobrevivencia, escuchando los consejos de prudencia humana, quiere decir de la inercia dentro de las cosas seguras”. (p.64)
No menos instigante y profeticamente provocativa es la extensión de la denuncia hecha por el autor, a otras fuerzas más allá del ámbito eclesiástico. Efectivamente, así es como, con toda propriedad y actualidad, él advierte: “Fuera de la Iglesia los mismos comportamientos acontecen con mucha más razón aún. Los grupos sociales, las naciones, los partidos se apegan a sus instituciones con miedo de perder su identificación, su sobrevivencia. Defienden su sistema de todas las maneras, de acuerdo con las amenazas encontradas. Aceptan injusticia, mentira, fraude, incluso homicidios, con el fin de salvar el sistema. No se trata solamente de los conservadores que procuran establecer sus propias estructuras. También ellos se someten totalmente al partido, al sistema del partido o del movimiento.”(p.64)
Y aquí importa también pensar en el riesgo que se instala incluso en las iniciativas de resistencia. Los “ de abajo”, confiando sólo en la fuerza de resistencia por las armas, también pueden reeditar la conducta de aquellos que combaten. Pueden dejarse contaminar por su escala de valores. Conviene no olvidarse de que hay trabajadores con cabeza de patrón, aunque se digan trabajadores…Con eso el autor quiere también mostrar los difíciles caminos de la libertad. A menudo, es grande la tentación de no entrarse por el camino de la Libertad, en la medida en que ella encierra riesgos , sacrificios. No pocos están tentados a desistir de los caminos de la liberación, cuando estiman el precio a pagar, los sacrificios a asumir, el riesgo de perder su seguridad. Sólo por la fuerza del Espíritu, es que va venciendo el miedo, es que se va ejercitando el necesario discernimiento que conduce a la Libertad, ya que “ No hay estructuras que sean portadoras del espíritu por si propias” (p.65). Por el ejercicio del don del discernimiento, las personas van libertándose, primero, de si propias, de sus miedos, de su egoismo, de sus omisiones. No es fácil abrirse al servicio de los otros, de forma desinteresada. Así es como, al entenderse que libertad rima com caridad, va descubriéndose que “El acto de libertad culmina en la opción por un servicio.”(p.69) Servicio como expresión de amor. No un amor, un servicio abstracto “universal” de mera declaración conmovida, sino un amor practicado en relación a las personas concretas, en especial a las personas y a los grupos marginalizados, al “Pueblo de todos los oprimidos”. Amor/servicio que se expresa en actitudes de solidariedad. En la busca de radicalizarse esa solidariedad, ella debe expresarse en el plano histórico concreto. Solidariedad que desborde del plano estrictamente eclesial, finalmente el Pueblo de Dios está dispersado por el mundo entero, no sólo en las fronteras de las iglesias y de los países. Una solidariedad que se comprometa con la tarea de concluir las condiciones concretas de liberación de todo el Pueblo de Dios, y no sólo de un segmento. “Por lo tanto precisamos preparar otro tipo de sociedad más allá del estrictamente nacional.”(p.74)
El testimonio del Espíritu
Intitulado “El testimonio del Espíritu”, el capítulo quinto nos ayuda a entender la presencia vivificante del Espíritu en los caminos de la Historia, y más allá de la misma. Ya en el inicio del capítulo, percibimos trazos del esbozo del primer libro que resultan de la propuesta original del autor, esbozada en este libro, en su busca de entender, de forma alternativa, la acción del Espíritu en el mundo. Nos referimos al libro “El Tiempo de la Acción” (1982). Ya en el libro ahora reseñado, el autor manifiesta su intención de entender aspectos relevantes de la Acción del Espíritu, a lo largo de la historia humana:” El Espíritu construye así el Pueblo de Dios, preparando el camino para el advenimiento definitivo del reino de Dios” (p.76). Impactante, a esse respecto, es entender como el autor, a partir de su inspiración en la teología de San Pablo va recogiendo de ese baúl tantas enseñanzas efectivamente fecundas y con implicaciones prácticas. Recoge, por ejemplo, los efectos vivificantes de la resurrección de Jesús, al recordar que “ hay um lazo íntimo entre la resurrección de Jesús y la resurrección de los elegidos.”(p.78) Esa presencia de la Palabra, ahora conducida por la fuerza del Espíritu, va a transtornar profundamente la acción de los discípulos y discípulas de Jesús. “ la vida eterna animada por el Espíritu implica reconocer, mantener y renovar las señales de la resurrección ya aquí y ahora, una vez que “ La presencia del Espíritu hace que el Cristiano sea de cierto modo introducido en la vida eterna.” (p.79) Esto tiene una efectiva consecuencia práctica; en la medida en que la eternidad ya empieza aquí y ahora, incluso porque el Reino de Dios está próximo: “Ya llegó hasta vós el Reino de Dios” (Mat.3,2;12,28), los discípulos y discípulas de Jesús tienen la vocación, por la fuerza del Espíritu, de protagonizar la construcción de un mundo nuevo. Esa es la marca impresa por el Espíritu de que habla la Carta a los Efesios (1,13,14); es la fuerza que hace que “ incluso en el abismo de la esclavitud, alguna cosa de la vida eterna y de la ciudad libre, la nueva Jerusalén, pueda ser vivida.”(…) habiendo “ una transfiguración de la personalidad desde el tiempo presente.” (p.82)
En esa dirección los discípulos y discípulas del Movimiento de Jesús se sienten llamados a rehacer, ya a partir de ahora, las relaciones sociales y personales presentes. Es aquí y ahora que debe acontecer su protagonismo, movido por la fuerza del Espíritu enviado por Jesús, el Enviado del Padre, venciendo la tentación de sucumbir al escapismo, bajo la alegación falaciosa que “ sólo Dios encontrará una solución, lo que contribuye así a la pasividad, que equivale a una postura de complicidad con las estructuras ante las cuales Pablo alerta a no conformarnos:” No se conformen con las estructuras de este mundo” (Rm12,2).
Gran desafío para los discípulos y discípulas de Jesús es ejercitar el discernimiento, al buscar el equilibrio entre el presente y el futuro. El autor alerta para dos vicios que tienden a alejarnos del camino del Espíritu. De un lado ( ver pp.82-89), hay los que se dejan absorber de tal modo por el futuro ( proyectos, luchas, militancia…), sin cualquier tiempo dedicado a la vida de todos los días, que acaban, a veces, sorprendidos, al ver que llegan al fin de la vida, sin haber alcanzado sus metas generales y casi sin haber gozado la vida presente. Por otro lado, hay los que el autor compara con quien anda con una flor en la mano en los campos de batalla: tan absorbidos están con la santidad personal que se vuelven incapaces de escuchar los grandes gemidos de los otros. La pedagogía del Espíritu enseña el equilibrio.
Dones y carismas del Espíritu
En el último capítulo del libro de Comblin, con base en San Pablo, el autor trata de abordar los dones espirituales en su amplia multiplicidad. Los dones manifiestan el testimonio del Espíritu. El primero sobre el cual medita el autor es la oración. Diferentemente de la oración que corresponde a tantas culturas, la oración cristiana se distingue como un grito del ser humano frente a las flaquezas humanas, frente a la opresión y a las miserias del mundo. Un grito de un hijo, en su confiante entrega al padre.
Dones que acompañan la experiencia del ser humano, a lo largo de la vida. Los dones espirituales que vienen por la vía de los sacramentos también asumen formas bien humanas, como las artes y la fiesta. El Espíritu dota los seres humanos de instrumentos, de caminos que les dan aceso al testimonio del mismo Espíritu. Es eso que implica, por ejemplo, la oración en el Espíritu. Diferentemente de lo que sucede a otros pueblos, en que la oración brota del miedo y de la angustia delante de la muerte y las enfermidades, la oración cristiana brota de la espontaneidad, de la alegría, de la confianza y de la entrega, representadas en el grito que el hijo dirige al Padre, produciendo un estado comparado por San Pablo con el de embriaguez como sucedió en Pentecostés. No se trata de enyesar la oración, con fórmulas y códigos, dotándola de rigidez, por medio de mecanismos fijos ( hora,lugar): El grito “Padre“ es un triunfo sobre el mal de la opresión y de la injusticia, una victoria de las masas anonadadas y derrotadas. Es el grito de la victoria a pesar de la sensación contraria. Es el grito de confianza, en el medio de los gemidos de la historia.” (p.91)
Otra importante manifestación del Espíritu, para la formación del Pueblo de Dios, se da por medio de carismas de que el Espíritu dota a todos, para el bien de la comunidad, esto es, para la formación del Pueblo de Dios. Vale notar, a ese respecto, que el énfasis dada por el autor recae sobre los carismas recibidos en función del bien común, en provecho de la formación del Pueblo de Dios, o, en los términos de San Pablo, “ para la edificación de la comunidad”. No es por acaso que San Pablo “ los asimila a los ministerios. El ve los dones espirituales del punto de vista de su papel en la comunidad: son servicios. El don no es considerado por la satisfacción que da al sujeto; lo que estima en el don es el servicio que presta: los dones corresponden a diversos papeles sociales, diversos papeles que concurren para la construcción de la comunidad. Para él la profecía vale más porque es útil en la construcción de la comunidad”. (pp.94 y 95)
Vasta es la acción del Espíritu. El hecho de actuar también en el mundo no borra su presencia en las personas, como veímos en la entrega de dones a cada uno, y como veímos en su actuación en los espacios institucionales, como ocurre en relación a los sacramentos, en especial, recuerda el autor, en relación al Bautismo y a la Eucaristía, en los cuales el mayor apoyo viene de los Santos padres, con base en la antigua tradición oral. Aquí se subraya la fuerza del Espíritu como capaz de transformar la materia, transfigurarla ( el pan, el vino, el agua, el aceite…). Dada uma sobrecarga de simbología que se revela funcional en el comando jerárquico más que al servicio de las comunidades, como em el caso, por ejemplo, de la multiplicación de las bendiciones, el autor alerta:” La iglesia amplió el sistema de los sacramentos por medio de inúmeras bendiciones. Hubo bendiciones para casi todo”. Se crea también la falsa impresión de que se puede cambiar el mundo sencillamente por una bendición, por un gesto litúrgico, como si um poco de agua bendita pudiera modificar el contenido real de una realidad material e histórica. Se favorece una consciencia mágica del mundo.
También en la fiesta, en el casamiento, en las artes, actúa la presencia del Espíritu. Siendo estas realidades concretas en la caminata del Pueblo de Dios, el Espíritu allí se hace presente. Es lo que el autor presenta, en las páginas finales de su libro.
Algunas enseñanzas recogidas de la lectura.
Al término extremamente e instigante de esa lectura, me gustaría repercutir brevemente algunas de las impresiones más fuertes y algunas enseñanzas que de ella recojo. Una primera impresión: el cuidado espontáneo, tan espontáneo que es permanente, de Comblin, de fundamentarse biblicamente, especialmente en lo que se refiere a las fuentes neotestamentarias. Sensación recurriente: la misma que experimento siempre que le leo o le escucho. Además de registrar eso com alegría, me quedé preguntando si no estaría aqui uno de los elementos que dificultan una eventual ofensiva por parte de Roma contra ese teólogo…
Me sentí delante de una propuesta de reflexión pneumatológica tan impactante cuanto fructuosa. De eso son la prueba, por ejemplo, los libros que ella desencadenaría, en las tres décadas siguientes a la producción de ese texto, a partir de sus respectivos temas/cuestiones de referencia: la “ Acción “ del Espíritu en el proceso de formación del Pueblo de Dios por la fuerza de la “ Palabra” , actuando con “ Libertad”, por la forma generosa, como se atiende a la “ Vocación”, en el cotidiano de la vida.
Antes, sin embargo, de esas secuencias creativas hay de realzarse con más fuerza el carácter inovador de que está impregnado este libro. Inovador por diferentes razones, empezando por el hecho de presentar un abordaje alternativo de la misión del Espíritu Santo. Inovación que él elabora, también inspirado en algunos autores, a ejemplo de Yves Congar, pero encima de um contexto no menos nuevo, en el campo pneumatológico: la América latina bajo el impulso y resonancia de las conferencias de Medellín (1968) y Puebla (1979), no sin volverse una interpretación bien al modo de la Teología de la Liberación.
Hasta entonces, la bibliografía pertinente que se refería al Espíritu Santo se restringía considerablemente a los espacios intra-eclesiásticos ( cantos, devociones, celebraciones, sacramentos…). De allí decorria una comprensión reduccionista de modo a tratar de enjaular la acción del Espíritu Santo em los espacios controlados por las estructuras eclesiásticas, en ese caso, más especificamente, la Iglesia Católica Romana.
Interpretación reduccionista, también por el hecho de volver la misión del Espíritu Santo algo etéreo, abstracto, “espiritual”, sin cualquier implicación con las realidades concretas de los seres humanos, a las señales de los tiempos. Limitación que el autor atribuye a la imprecisión de la traducción para las lenguas occidentales del vocábulo original.
Sin embargo, en la medida en que va mostrándose la fecundidad del Espíritu en Su acción en el mundo, van abriéndose posibilidades de gran envergadura y de gran alcance socio-eclesial. Gracias a la efectiva acción del Espíritu en el mundo, es que podemos soñar despiertos (Ernst Block) y comprometernos con la construcción de un mundo alternativo, para el cual despuntan, entre otras, como tareas al nuestro alcance:
-empeñarnos en la formación y fortalecimiento de pequeños grupos y movimientos sociales, como proyecto alternativo de sociedad. Tarea que nos involucra directamente en el esfuerzo de corresponder positivamente a los llamados del Espíritu, en Su proyecto de formación del Pueblo de Dios, cuyo proceso de formación implica la multiplicación de pequeñas comunidades libres y autónomas y, al mismo tiempo, dedicadas hacia la construcción de la unidad de todo el Pueblo de Dios;
– Invertir lo mejor de nosotros en el proceso de humanización del ser humano como un todo, y de todos los seres humanos. El Espíritu nos llama a protagonizar la experiencia de una nueva Humanidad, que haga justicia a las legítimas aspiraciones de todo el Género Humano, en la dirección señalada por el Soplo Divino;
-ensayar, ya ahora, pasos convincentes en dirección a la construcción de ese nuevo Pueblo de Dios, por los caminos de la Libertad y por la Pedagogía del Espíritu.
Del alto de sus bendecidos ochenta y seis años, y con una vasta producción que alcanza alrededor de setenta libros y centenas de artículos publicados en diferentes periódicos nacionales e internacionales, José Comblin también se destaca por la fuerza inovadora de su producción. En el caso específico, en el campo de la Pneumatología, cuya mayor contribución consiste en proponer uma nueva lectura de la acción del Espíritu Santo, tratando de desprivatizar un entendimiento de la misión del Espíritu, antes exclusivamente ligado a la esfera intra-eclesiástica, mostrando con amplia fundamentación neotestamentaria, la acción del Espíritu en el mundo, especialmente Su misión de formar el Pueblo de Dios, a lo largo de la Historia.
João Pessoa, junio de 2009
Traducción: Albert Yvin
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