quinta-feira, 14 de julho de 2016

“Ethos” comunitario, fuerte marca de las CEBs: resonando consideraciones críticas acerca del artículo de Elizabeth Dias

Como sigue haciendo, con notoria frecuencia, Didier Vanhoutte, del International Movement We are Church (IMWAC), socializó un artículo reciente escrito por Elizabeth Dias, bajo el título “The rise of Evangélicos”, acerca de la impactante expansión de las denominaciones evangélicas en Estados Unidos (cf. http://nation.time.com/2013/04/04/the-rise-of-evangelicos/#ixzz2PgF53g8Z ).
A propósito del mismo artículo, a su vez, Elfriede Harth (del mismo IMWAC), tejió consideraciones críticas, inclusive aportando oportunos elementos históricos, explicitando las raíces más hondas de este fenómeno descripto en el referido artículo. Al tomarlos en conjunto, traté, yo también, de proponer algunas líneas, a partir del caso de Brasil, pero centrando la atención en el legado de las comunidades eclesiales de base (CEBs), especialmente en su “ethos” comunitario.
En su Documento presentado, en el Encuentro del IMWAC en Lisboa (octubre de 2012), la sección brasileña del IMWAC, Kairós/Nós Também Somos Igreja, subrayaba la importancia de los vínculos comunitarios en el cotidiano de nuestros trabajos y actividades. Aún recientemente, en artículo socializado (también entre los grupos de IMWAC), Rolando Lazarte retomaba, con propiedad, esa temática, inclusive a partir de los trabajos desarrollados en el cuadro del movimiento de Terapia Comunitaria, del cual participa como integrante de su Equipo de formación.
Retomando el artículo provocador de tal debate – el de autoría de Elizabeth Dias -, cabe subrayar sus puntos fuertes, entre los cuales:
– la enorme expansión de evangélicos latinoamericanos en los Estados Unidos;
– algunas iglesias evangélicas logran doblar el número de sus fieles, en pocos años;
– tal expansión sorprende, no solamente a los católicos, sino también a algunas iglesias protestantes de referencia histórica;
– esa expansión ocurre principalmente entre los segmentos carismáticos neopentecostales;
– entre sus fieles, se pueden observar algunas marcas de su perfil: se trata, en alguna medida, de personas convertidas, venidas del Catolicismo;
– se trata, además, de un público diligente, militante en la defensa de sus intereses;
– son personas muy predispuestas a creer en milagros y curas, así como en busca de un sentido para su vida, también motivadas por traumas de la sociedad (desempleo, falta de habitaciones…).
Elfriede Harth, al repercutir acerca del referido artículo (de Elizabeth Dias) , planteó sobre el mismo fenómeno algunas cuestiones críticas, empezando por relativizar su impacto “numérico”, al recordar su evolución histórica, notadamente subrayando que se trataba de algo considerablemente arraigado en algunas sociedades en América Central, especialmente en el caso de Guatemala.
En este país centroamericano, recuerda Elfriede, la expansión de las denominaciones evangélicas se debió, en su comienzo, a la adopción de una estrategia protagonizada por fuerzas políticas progresistas que, al denunciar la estrecha alianza de la Iglesia Católica local con los latifundistas, se han empeñado en promover la expansión de las iglesias evangélicas en el país, a la manera de un contrapunto frente a las fuerzas reaccionárias católicas. Se trataba de “modernizar” aquel escenario político. A lo largo de un cierto tempo, tal estrategia jugó un determinado rol en aquel contexto. Sin embargo, con el pasar del tiempo, tambíén estos segmentos cristianos se aliaron a sectores capitalistas, al tiempo en que toman distancia en relación a la cultura y a los valores indígenas tradicionales.
De todas maneras, tal expansión de las denominaciones resultó positiva respeto a las influencias alcanzadas en algunos países de América Latina (Brasil, Colombia…), en dónde, por su capacidad de crear y de consolidar vínculos comunitarios, las referidas denominaciones han ayudado un número considerable de migrantes (desde el campo hacia los grandes y medios centros urbanos) a confrontarse positivamente a la tendencia al desarraigo cultural y a la fragmentación y aislamiento.
A partir de estos puntos abordados, se trata de aportar elementos complementarios, desde la realidad brasileña, sirviéndome de un ejemplo ilustrativo. protagonizado por el teólogo José Comblin, un especialista (también) en ese fenómeno.
“Tu ves, Luiz, aquel templo evangélico? Allí, debería estar una CEB (comunidade eclesial de base), en cada calle… Pero el papa no lo quiso…” – con palavras similares a éstas, yo escuché tal historia (más de una vez) de parte de Luiz Barros, un joven misionero integrante del Equipo de coordinación de las Escuelas de Formación Misionera, dispersas por el Nordeste de Brasil, fundadas por el Padre José Comlin, “profeta de la libertad”, como se puede leer en la inscripción sobre su tumba (construída en el mismo nivel del suelo), en Santa Fé, Solânea, Paraíba.
Se trata de una observación hecha por Padre Comblin, cuando visitaba a una comunidad muy pobre de la periferia de Recife, donde vivia y era animada por un pequeño equipo de misioneros, de la cual también formaba parte Luiz Barros. Padre Comblin se refería, por un lado, a la notable presencia en las periferias urbanas de un número creciente de iglesias evangélicas (sobre todo pentecostales). Y, por otra parte, al hecho de que tal expansión extraordinaria se debía, en cierta medida, al vacío dejado por la nueva política pastoral inaugurada y consolidada desde el pontificado de Juan Pablo II en favor de un soporte progresivo dispensado a los movimentos eclesiásticos reaccionarios (“Opus Dei”, “Comunione e Liberazione”, Legionarios de Cristo, Heraldos del Evangelio, etc.).
Fue, sin embargo, impactante la estrategia adoptada por el Vaticano, desde entonces, especialmente en América Latina. Y precisamente en el ápice de una fecunda trayectoria profética de la Iglesia Católica latinoamericana que, inspirada en el espíritu del Concilio Vaticano II, y sobre todo en el denso legado de las Conferencias Episcopales Latinoamericanas de Medellín (Colombia, 1968) y de Puebla (México, 1979), alcanzaba su ápice en aquella coyuntura eclesial marcada por la expansión de las Comunidades Eclesiales de Base, de la Teología de la Liberación, con la expresión de su compromiso con la causa liberadora de los pobres, también en el ámbito de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil, de la fecunda actividad de la Conferencia de los Religiosos (de América Latina (tambíén de Brasil), de la vigorosa actuación de las pastorales sociales (Conselho Indigenista Missionário, Pastoral da Terra, Pastoral Operária, Pastoral da Juventude do Meio Popular, da Comissão de Justiça e Paz, Centros de Defesa dos Direitos Humanos, Pastoral da Mulher Marginalizada, Pastoral dos Negros, Pastoral dos Pescadores, Pastoral da Criança e dos Adolescentes), toda una densa y vasta red de servicios a la causa de los pobres, también conocida como “Iglesia de los Pobres” o “Iglesia de Base”.
Hasta una determinada altura, el número de miembros de Comunidades Eclesiales de Base en Brasil alcanzó una estimativa de algunos millones. Una hazaña, considerándose que se logró tal estimativa en pocas décadas. Especialmente en el medio rural (también en áreas urbanas periféricas).
Considerable es el número de estudios teológicos e interdisciplinarios tratando de distintos aspectos de las CEBs: su eclesiología, sus potencialidades sociopolíticas, su reconocido aporte al proceso de construcción de una ciudadanía proactiva, de verdadero protagonismo de todos en las instancias de decisión. No es esta la ocasión específica de analizar más detenidamente tales características. Aquí nos restringimos a subrayar solamente cinco elementos fundamentales de las CEBs, asociados a su “ethos” comunitario.
Vivo sentido de pertenencia colectiva, sin pérdida de su individualidad – Quienes acompañan las actividades y los trabalhos de las CEBs, pueden observar en sus miembros una fuerte motivación identitaria que ellos manifiestan, y que se expresa en una progresiva toma de consciencia de su doble pertenencia: elesial (Iglesia-Pueblo de Dios) y social, o sea, como ciudadanos/ciudadanas, protagonistas de una sociedad, manifestando, como consecuencia, consciencia de, y compromiso con una doble misión de ciudadanía: en la sociedad y en la Iglesia. Se observa ahí un sentido de pertenencia colectiva (comunitaria, societaria) sin perjuicio de su condición de individuo. Ésta, no solamente no se suprime por tal toma de consciencia, sino que resulta más valorada, promoviendo y mejorando su autoestima y un mayor empeño en una más densa contribución individual, sea en relación a la comunidad eclesial, sea en relación a la sociedad.
– Empeño en testimoniar valores tales como la justicia social, la solidarid a los pobres y a los que sufren – En la medida en que se experimenta una vida comunitaria sólida, ahí se van tejiendo hilos relacionales multidimensionales de gran alcance integrativo. El compartir de situaciones nuevas – en muchas de las que los/las que escuchan sus relatos, se sienten impactados como si estuvieran escuchando recortes de sus propias historias de vida. Ahí se sienten involucrados, solidarios en el sufrir y en el alegrarse, en situaciones de penuria y en situaciones de luchas y esperanza vividas por otros, situación casi impensable en contextos no-comunitarios o de aislamiento. Desde la experiencia de tal compartir nace la disposición para la solidaridad con personas y grupos víctimas de injusticias sociales y de otro carácter, en vista de la superación. Una vez compartidas, esas expriencias despiertan fuertes inspiraciones. Son capaces de despertar en esos protagonistas sociales la consciencia de que, como fue posible a tantos, tantas acometidos de tantos reveses y confrontarse con tales desafios, a ellas también puede suceder algo similar, lograr éxito en su lucha, despertando entonces autoconfianza, coraje hacia la confrontación, inclusive frente a las injusticias sociales, desde que se haga colectivamente y de modo organizado. Pasan a entender que las injusticias sociales no son una fatalidad, implican relaciones causales, necesitando ser comprendidas en su proceso histórico-contextual, requiriendo ser enfrentadas y superadas.
– Su sensibilidad a la memoria histórica (colectiva e individual) de los oprimidos – De modo similar al tópico precedente, se pasa a cultivar la memoria (individual y colectiva) de figuras emblemáticas y de luchas sociales del pasado. El cultivo de la memoria histórica de los oprimidos pasa a alimentar la utopía. Como recuerda Eduardo Galeano, el pasado tiene mucho que enseñar al futuro… No es por casualidad que el ejercicio de esta memoria subversiva se hace tan presente y actuante en los momentos celebrativos, de mística, vividos en los espacios de los movimientos sociales portadores de proyecto alternativo de sociedad.
– Inversión en el proceso organizativo, de movilización y formativo continuado (ya sea en el ámbito teológico, ya sea en el campo social y político – Aunque hoy en día no pocos movimientos sociales de referencia se encuentren en crisis o como en un reflujo (gracias sobre todo a una fascinación por las instancias estatales), importa recordar su fuerza transformadora, desde que logren equilibrar tres instrumentos de gran potencialidad transformadora: su empeño organizativo (notadamente cuando invierten en el proceso de aglutinación de base), movilizador (cuando son capaces de mostrarse públicamente, de modo periódico) ante el conjunto de la sociedad y ante las fuerzas del Mercado y del Estado) y su compromiso formativo continuado, a no confundir con la educación formal característica de la escuela, por tratarse, la suya, de una formación específica, que solamente los protagonistas de la transformación social son capaces de garantizar. En el caso específico de las CEBs, resultan con frecuencia los casos de laicos que, gracias a su processo formativo, se muestran capaces de debatir –con ventajas, inclusive– con distintas autoridades (de la Iglesia o de la sociedad). Se trata de verdaderos protagonistas con gran capacidad de formulación.
– Cultivo de los valores utópicos, en dónde su empeño en las luchas sociales y en la renovación evangélica al interior de la Iglesia – Ya sea en el ámbito de los movimentos sociales, o en el campo específico de las CEBs, se trata de otra marca impactante del “ethos” de las CEBs: su empeño, su confianza en las luchas sociales por una nueva sociedad (y por una Iglesia en permanente renovación). El fraterno convivir con los pobres, en la perspectiva de promoción de su causa liberadora, así como su esfuerzo de mostrarse con un estilo de vida de sobriedad constituyen relevantes elementos místicos de su fe en la construcción de una sociedad (y de una Iglesia) alternativa a la hegemónica
– Promoción del protagonismo de todos y vigilancia en relación a la autonomía de las bases – Desde su concepción hasta el cotidiano de sus prácticas, las CEBs constituyen comunidades caracterizadas por un especial cuidado con la toma colectiva (común) de decisiones. Entre ellas, participar implica más que una participación cualquiera, requiere el compromiso colectivo de formar parte efectiva en la toma de decisiones, como está bien expresado en el Documento final de la Conferencia Episcopal Latinoameriana en Puebla (1979): “Se requiere la participación del laicado, no sólo en la fase de ejución de la pastoral de conjunto, sino también en la planificación y en los mismos organismos de decisión.” (Doc. Puebla, n. 808). Decisiones desde la base. En no pocos casos, tal era el empeño de sus miembros en la defensa de esos criterios, que los sectores vanguardistas las criticaban como “basistas”.
Con excepción de las exageraciones cometidas, tal característica se encuentra arraigada en el “ethos” comunitario de las CEBs, en su propuesta de sociedad y de Iglesia. Una sociedad (o una Iglesia) formada por una constelación de pequeñas comunidades (consejos, u otros nombres que puedan tener), autónomas, participantes, dinámicamente interactivas, cuyas decisiones sean tomadas desde abajo. Ello presupone un gran empeño en que se logre garantizar a todos su protagonismo. Todos participando de todo, en todas las fases. Las tareas (organizativas, de formación o de movilización) necesitan ser ejercitadas por todos, cada equipo em su oportunidad, en donde el relevo del principio revolucionario de alternancia de funciones: se debe garantizar a todos el derecho de ejercer, en su oportunidad, tareas de coordinación, mientras que las personas actuando en tareas de coordinación vuelvan alternadamente a la base.
Esas son marcas ilustrativas del “ethos” comunitario de las CEBs. He subrayado aqui sólo sus potencialidades. En otras ocasiones, tuve la oportunidad de recordar también sus límites. De todos modos, parece importante manternernos vigilantes ante ciertos riesgos de idealización que pueden aparecer en una exposición con propósito didáctico.
Sin embargo, creo que esto puede también ayudarnos a percibir el alcance de los daños sembrados por una política pastoral conducida, “manu militari”, en las últimas décadas (desde el pontificado de Juan Pablo II), con claras y eficaces estrategias de desmontaje del que también se conoce como “Igreja de Base”, en Brasil y en otras partes de América Latina.

João Pessoa, abril. 2013.

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