Tras el acto de renuncia del papa Benedicto XVI – cada preocupación a su tiempo -, siguen apareciendo sucesivos textos – informativos, no pocos: algunos con denso contenido analítico, mientras tantos otros de carácter especulativo de posibles candidatos a la sucesión papal – acerca del sentido, de los motivos y de las implicaciones de la más reciente renuncia de un papa al gobierno de la Iglesia Católica Romana, y del proceso sucesorio con gran especulación en cuanto a quiénes son los candidatos favoritos. Se trata de textos – algunos muy valiosos – que resultan sobremanera útiles y de inspiración, en ese impactante momento de transición.
En las líneas que síguen, sin embargo, no nos proponemos retomar la discusión ya demasiado enfatizada, incluso por los medios sociales de comunicación, sobre los motivos de la renuncia del Papa, el embate sucesorio. Nuestro propósito se restringe a ensayar algunas cuestiones de carácter retroprospectivo, a veces incómodas, acerca del propio significado del papado desse el punto de vista del núcleo del mensaje evangélico y de la eclesialidad característica de las primeras comunidades cristianas, en particular en cuanto a la organización horizontal y participativa de la amplia diversidad de servicios (ministerios) y de su forma de gestión. Lo hacemos a través de algunas cuestiones con el propósito de expresar graves preocupaciones sobre la forma piramidal de organización de la Iglesia y sus consecuencias concretas (de espiritualidad, pastorales, éticas…). Preocupaciones que asumen cada vez más la forma de un gran clamor externalizado por un creciente número de figuras individuales y colectivas de la Iglesia Católica Romana – laicas, laicos, religiosas, religiosos, diáconos, presbíteros, obispos – que claman fuertemente por cambios estructurales de/en la Iglesia, de modo que le sea posible una aproximación convincente al espíritu del Evangelio.
Somos, sin embargo, llamados, a cada momento, a impulsionar la acción del Espíritu Santo en el mundo y en la Iglesia, y a participar efectivamente, de modo alternativo, de una Iglesia viviendo más y más de acuerdo con los criterios del Evangelio, tales como la igualdad fundamental de todos los bautizados – mujeres y hombres; el primado del Pueblo de Dios, especialmente los pobres; diversidad de servicios no necesariamente condicionados a posiciones jerárquicas; reconocimiento de la importancia de las relaciones fraternas en, y entre las comunidades (“Koinonía”), sin uniformidad; construcción de una Iglesia pobre y servidora en permanente diálogo con la humanidad, en su rica diversidad cultural; priorización de las luchas por la justicia social; respeto a la autonomía de las comunidades eclesiales locales, abiertas al diálogo y a la colaboración con todas las demás, en vista de la unidad en la diversidad y del bien común.
A partir de estas notas, me permito plantear las siguientes preguntas:
– Sin ignorar ni subestimar la utilidad de considerar aspetos tales como los motivos de la renuncia del papa o quién será el próximo papa, si el processo de la elección del nuevo papa será más abierto o no, nos preocupa la cuestión de: ¿cuál es, entre nosotros católicos, el sentido evangélico efectivamente presente en la forma jerárquica de la que el papado representa el punto-clave?
– ¿Cuál es el lugar del Evangelio y de los valores más fundamentales del mensaje de Jesús y de los apóstoles, y de las experiencias organizativas y movilizadoras de las primitivas comunidades cristianas, tal como nos las presentan el libro de los Actos de los Apóstoles y las cartas paulinas?
– ¿Cuál es la lectura que del instituto del papado hacen los exégetas más recononocidos de nuestro tiempo?
– ¿Cuáles los fructos efectivamente resultantes de esta estructura piramidal de organización y de gestión eclesiástica? Ninguna relación con los recientes y graves escándalos eclesiásticos?
– ¿En qué se inspira una organización de Iglesia fundada sobre las bases de un Estado, con una pesada estructura de Curia y de otros instrumentos semejantes? ¿En el Evangelio? ¿En el caminar de las primitivas comunidades cristianas?
– En el caso del proceso de elección del papa, del nombramiento de obispos para las distintas comunidades diocesanas, ¿cuál es la efectiva participación del Pueblo de Dios en la Iglesia Católica Romana, de las comunidades eclesiales locales, de las organizaciones laicas, de las instancias colegiales de religiosas y religiosos, de las entidades presbiterales, de las conferencias continentales y nacionales de obispos?
– ¿Qué legitimidad eclesial puede involucrar una elección de un papa, hecha solamente por un colegio de cardenales poco o nada representativos de los distintos protagonistas eclesiales?
– ¿Cuáls es la misión específica del ministério petrino en relación a los demás opisbos y a los demás segmentos integrantes de la misma Iglesia?
– Acerca de tal estructura y de sus consecuencias, ¿qué dicen figuras (individuales y colectivas) emblemáticas de nuestra época, tales como Dom Helder Câmara, el Cardenal Martini, Dom Pedro Casaldáliga, Dom José Maria Pires, Dom Antônio Fragoso, teólogos y teólogas como José Comblin, Gustavo Gutiérrez, Victor Codina, Hans Küng, José Vigil, Jon Sobrino, Leonardo Boff, José Antonio Pagola, Pablo Richard, Sebastião Armando, Ivone Gebara, Marcelo Barros? ¿Qué nos dicen movimientos, asociaciones y grupos de católicos y católicas actuando en distintas partes del mundo católico?
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